Primer puesto | Categoría adultos
—No podemos dejarla a mitad de camino, sospecharán de nosotros. Un entierro cristiano… No hay cura, y si hubiese, de todas formas, le negaría la sepultura. —¿Qué hacemos entonces? —Trae la pala y no hagas ruido. ¿Era posible tanto dolor? Hace horas apenas, atravesada por la aguda sensación del parto tuvo al último; pero él no quiso mamar. Buscó al padre. Ella lo parió retorcida entre gestos amargos, casi muerta, y cuando por fin lo vio, se le desgonzó el cuerpo y cayó dormida. Con el ánimo estremecido se la terciaron al hombro y salieron cañada abajo. Pareciera que sus pasos movieran las malezas de la montaña —y no el viento—. La recordaban arañando la tierra para arrancar la cosecha de algún fruto y persiguiendo las vacas entre los barrancos para que no se salieran del potrero. La idea de una fosa sin nombre no era ajena, todos han puesto su muerto, muchos cuerpos alimentan el corazón del monte. Viviría para siempre en su montaña, su leche subiría por la savia de los árboles y ya no sería carne sino fruta madura. Su hogar estaba allí, realmente no era suyo. Apareció una mañana nublada temblando de frío, seguramente se había escapado de su casa en el pueblo, con torpeza aprendió las labores de la finca: arriaba las vacas, cuidaba las gallinas y cuando había que cazar, cazaba. Era bonita y entendida. A veces, solo a veces le daban unos arrebatos, un éxtasis de salir corriendo a internarse en el bosque y, aunque la llamaran, no aparecía hasta el otro día, llena de mugre y rasguños, con la mente serena como si nada hubiera pasado. —Aquí está bien. —Ojalá no llueva esta noche porque se le va a pegar el pantano a la cara. —Si se desborda el río, la destapa, hay que apelmazar la tierra. Envuelta la cara en un pedazo de sábana vieja, la acostaron en el hueco: —¿Qué vamos a decir cuando los niños pregunten por ella? —Que se internó en el monte porque no tenía leche, o que algún espíritu la había llamado a la profundidad del campo para enseñarle a ser madre. En la mañana, el hambre de sus crías la reclama y un remolino de pasos inquietos la busca por toda la casa. —Pa’, mirá que lindos, ni abren los ojitos. —¿Y Kiara? ¿Dónde está Kiara? Maldijo su soledad desesperada, maldijo no poder decirlo siendo el hombre de la casa. —Se habrá ido para el monte a cazar algún animalito para los cachorros. —¿Va a volver? —Sí, va a volver… Los dejó huérfanos, a los cachorros, los niños y al campo.
Daniel Felipe Gómez Gómez
Santa Rosa de Osos, Norte
Ilustración: Carolina Bernal Camargo @carolitabernal


