Paloma antioqueña

Primer puesto | Categoría infantil

Me levanté esta mañana a las 6:56 a.m. con el canto de los pájaros y el olor a café fresco y frijoles paisas en Jardín, Antioquia en la carrera 32 de la calle 10. Yo soy una paloma Strasser pigeon (llamado Lucindo) de las que son grises con blanco. Y aunque sea hermoso como las montañas verdes de Rionegro toca rebuscarse la comida. Me levanté y fui a sobrevolar el pueblo para ver qué tiendas habían abierto. Ninguna lo había hecho, ni siquiera la de la señora que siempre me da pancito. Entonces me tenía que aguantar el hambre del desayuno y mientras esperaba me volví a dormir. Cuando me levanté ya me estaba rugiendo el estómago, entonces fui a buscar algo de comer pero me di cuenta que eran las 9:38 a.m. y nadie había abierto todavía. Yo me asusté porque la mayoría de veces abren a las 7:00 a.m. y a mí solo me pasaban tres preguntas por la cabeza: ¿Cómo iba a comer? ¿A dónde se habían ido todos? ¿Por qué todavía no habían abierto las tiendas? En mi búsqueda de pistas me encontré un señor (le pongo unos 26 años) en el parque a las 9:59 y yo no podía desperdiciar la oportunidad de comer algo. Suponía que a esas horas debía estar trabajando, pero demás que estaba enfermo o se le murió la abuela o cualquier otra cosa, pero eso es lo de menos, porque el protagonista aquí soy yo. Él estaba comiendo un pancito con café de Tostao y me paré al lado de una flor que estaba saliendo de un rotico entre las baldosas, esperando a que se percatara de mi presencia. Me quedé ahí diciendo “brrr brrr” (porque las palomas no sabemos hablar español, aunque sí leerlo, entonces decimos “brrr brrr” para comunicarnos) hasta que el señor me vióvio, me tiró un poquito de pan y me fui. El sol brillaba fuerte, iluminando las calles empedradas de Jardín. Yo me sentía satisfecho por el pancito, pero debía seguir en mi búsqueda. Llegué a la casa de la señora Lucía, la dueña de una panadería que queda muy cerquita. Pero al llegar me di cuenta de que la puerta estaba cerrada con llave y ella nunca deja la puerta cerrada y menos con llave. Seguí la búsqueda, pero no encontré nada más que piedras y piedras. A mí se me ocurrió ir a un restaurante que quedaba a dos cuadras y sin importar semejante distancia, fui. Decidí ir volando porque caminando me iba a tardar unos cuatro días. Primero tomé agua y alisté mis alas para despegar, estaba listo para volar. Pasé por encima de casas, parques, etc. Hasta que llegué al restaurante y estaba cerrado. En ese momento no me impresionó que la tienda estuviera cerrada, pero vi a lo lejos un letrero pegado en la puerta y me acerqué para verlo bien. Y lo entendí todo cuando vi que decía: feliz domingo. 

Vicente Escobar Toro, 12 años
Rionegro, Oriente

Ilustración: Juliana Quitian @rosaem__