Bagazo

Ganador categoría Adultos.

Si los cañaduzales hablaran, seguro lo harían con los mismos jadeos y gemidos de Olga. Hasta cuándo tendré que seguir trayendo mis sábanas hasta aquí, por qué no podemos hacerlo como la puta gente normal. Esos fueron los reclamos que Olga le hizo a Leo, como le decía de cariño, pero Leo supo ahogarlas muy bien con sus manos entre las piernas, como quien mete los dedos en una naranja jugosa; y con un beso aguado y un téngame paciencia, sumió a Olga entre los bagazos de caña. Sus lamentos ahora eran tan ardientes que, con el fuego que avivaron podrían hervir las pailas de aquel solitario trapiche. Cada reproche terminaba así, atrapado entre las piernas y silenciado con las tetas; siempre era la misma escena, con reclamos parafraseados y finales aparentemente felices. Sin embargo, seguían atizando ese amor delincuente; oculto entre las tardes, las mañanas o las noches; cualquier hora era perfecta para amarse, para apaciguar los tormentos de sus hogares casi extintos. Un intercambio de saliva o unas nalgas duras como la panela bastaban para olvidarse de los niños, de la cocina, del mercado, de la ropa sucia en la poceta; solo con una mirada de Leo, Olga olvidaba que los frijoles ya debían haber pitado; y los senos puntudos de Olga hipnotizaban Cuento ganador 74 75 tanto a Leo que olvidaba la hora de encerrar las vacas; no le importaba que los terneros se mamaran la leche… «Ellos también tienen derecho», le decía a Olga con su risa retorcida. Así eran todos sus encuentros, entre los bagazos de caña, los reproches y bajo el sofocante clima de Cisneros, ese pueblo que vio nacer y morir al ferrocarril de Antioquia; donde, al parecer, el amor se cocina al escondido, pero también allí el romance tiene una estación final, eso era lo que Leo ignoraba. Ese día, después del sexo, Olga no disimuló su enfado y puso fin a las promesas incumplidas, así que, en silencio, con los ojos aguados y las piernas aun temblando, dobló la sábana azul de rayas rojas e intentado ahogar su llanto solo pudo decir: «No puedo seguir así, no me vuelvas a escribir, Leonora».

Luis Alfonso Acevedo Escalante, 38 años
Andes, Suroeste