Ganador Juvenil
Mamá murió ayer, y su cuerpo todavía está en la sala; ya huele mal, pero no hay de otra, no hay dinero. En la mañana fui a la funeraria y nadie quiso hablar conmigo, alguien más me dijo que ahí no querían a la gente como yo. No sé a qué se refería con eso, yo soy igual a todos, solo tengo la ropa más sucia y los bolsillos totalmente vacíos. Llegué temprano del trabajo y de inmediato entré a la cocina, no había nada, y de a poco me iba acostumbrando a tener hambre. Vivimos entre montañas y aquí no hay tiendas ni supermercados. Vivimos tan lejos que ir de vez en cuando al pueblo es todo un privilegio y uno se pone su mejor ropa para que nadie lo mire, o lo mire con desprecio por ser, como ellos dicen: «un pobre campesino». Como decía, ya acostumbrado al hambre, fui a buscar a mamá. En la mañana tuvimos una fuerte discusión, y yo, con más ira que razón, le deseé la muerte y me fui sin despedirme. Toda la tarde pensé en ella, era buena y realmente me quería, su único delito fue haber nacido pobre. Yo la culpaba, claramente, por ser quien soy y no ser otro, uno menos campesino y menos pobre. Desde que mamá murió, lo único que siento realmente mío es la tristeza. La misma que está conmigo desde que vi a mi madre sentada en la mecedora, con la mirada perdida en un infinito que nadie conoce. Yo no quise aceptarlo y la tomé por el brazo e intenté levantarla, después le grité como nunca y en un intento todavía más desesperado, le besé la boca, ya fría de tanta muerte. Aquí no hay mucho que contar, todo en estas tierras se puede resumir en coca, guerrilla y ausencia. Sí, ausencia de los sueños, ausencia de uno mismo. Mamá me dijo que antes de la coca aquí había café, y a mí me gusta ese recuerdo, aunque no sea mío. No tengo otra opción, me pondré mi mejor ropa: unas botas gruesas, una camisa roja y manchada en el cuello y un pantalón con agujeros en las rodillas. Y con más necesidad que vergüenza, me iré a mendigar para pagar el funeral de mamá. Todas las noches lloro, en silencio, claro, por el miedo a que algún guerrillero de camuflado y fusil ruso, venga a matarme sin razón alguna. Aquí la gente calla, allá la gente ignora. Todo aquí es un olvido o un silencio. Yo aprendí a leer y a escribir en la escuela. Ahora en esa misma escuela aparecen pedazos de cuerpos, cuerpos que nadie reclama. Ya no iré por el dinero, voy a enterrar a mamá en el patio que, pensándolo bien, también es un cementerio.
Junior Rodríguez Villada, 17 años
Montebello, Suroeste
Ilustración: Sebastián Cadavid