Pies descalzos

Ganador categoría infantil.

Desde que tengo uso de razón he visto a mi abuelo con los pies descalzos. Curioso, cuando todas las personas usamos zapatos para cubrir y proteger los pies. Mi abuelo vive en una finca, sale cada ocho días al pueblo a mercar y a comprar el cuido para los animales (marranos, gallinas y perros), se viste con camisa blanca de manga larga, pantalón de tela, sombrero, carriel y zurriago. Desde que llega al pueblo, empieza su aventura, se encuentra con sus amigos, se toma uno, dos, tres aguardientes. Luego se va a realizar sus mandados, se encuentra con mi papá y conmigo, hablamos un rato; tomamos fresco y me da la ración. Su día termina en la cantina emborrachándose, hasta que sale la ruta y regresa a casa, donde lo espera mi tía, porque mi abuela hace muchos años no vive con él, se vino a vivir al pueblo para que mis tías y tíos pudieran estudiar. Nunca se ha puesto zapatos, sus pies son grandes, los dedos son abiertos en forma de abanico, con grandes callosidades, y lo más increíble es que soporta todas las irregularidades de los caminos del campo, sin lastimarse. Durante la semana coge café, organiza el chiquero, les da comida a los animales y atiende a la gente que lo visita, porque la casa donde vive queda a orillas de la carretera. Últimamente mi abuelo no se ha sentido Cuento ganador 24 25 bien, no viene al pueblo, mis tías le mandan el mercado y lo que se necesita en la finca; lo han tenido que traer varias veces en la semana al hospital. Se me olvidaba, mi abuelo es diabético, sus pies están muy hinchados, su mirada caída y su voz quebrada, yo creo que le hace falta tomarse unos aguardientes. Pero no es eso, los días han transcurrido, el abuelo se encuentra hospitalizado, todos estamos muy tristes, solo nos dejan entrar un ratico a visitarlo. Pero mi abuelo está cansado, no le gusta la comida que le dan, siente la cama incómoda, no duerme y manifiesta que se quiere ir para la finca, su salud está muy delicada, mis tíos hablan con los médicos y ellos recomiendan llevar al abuelo a su casa, ya que no hay nada más para hacerle y lo más importante es que esté tranquilo, por lo que se dispone todo para trasladarlo a su casa. Es de noche, por fin llegan a la finca, la mirada del abuelo cambia, se ilumina su rostro, parece que no hubiera acabado de salir del hospital, pide chocolate caliente con quesito y pan, además de chuparse varios caramelos, luego se acuesta. Muy de madrugada escucho la puerta de mi casa, mi papá sale corriendo a abrir, toda la noche estaba esperando noticias. «El abuelo se ha ido», dice mi tía envuelta en llanto. No es fácil vivir sin el abuelo, ya los domingos no son los mismos… Y ya quien se toma uno, dos, tres aguardientes es mi PAPÁ.

Johan Soto Arcila, 11 años
Tarso Suroeste